Pastiche, Sin categoría

211- José Luis Sampedro*

Amanece un nuevo día. Lola respira aire recién nacido e, inmediatamente después, es levantada y aseada con precipitación, sin que sus movimientos encajen adecuadamente con ninguno de los ajenos. Lola es vestida, transportada al comedor y desayunada. En pasivo, pues las enfermeras deciden por ella los ritmos de desplazamientos e ingestas .

Tiene pensado muchas cosas que decirles, pero su mente está lastrada por su cuerpo. Cuando acierta a decir algo, ellas ya la han puesto en una silla de ruedas y la están llevando a cualquier otro sitio. Su ritmo es inasumible para un mundo de estrés en blíster y prisas blancas. Recostándose en su sillón empieza a parecer una tortuguita, conforme avanza el día, pues su cabecita se va hundiendo en el caparazón de historias que la protege de la muerte.

Los retazos de su vida cada vez toman más la forma de una demencia a oídos de las enfermeras. Sus recuerdos son posos que se entremezclan en una taza aún tibia de vida.

Las jotas aspiradas de su comarca, con una pierna en Córdoba y la otra en Jaén, van tejiendo tramas y urdidos de suspiros y nostalgias. Que sus nietos han estudiado y quién más quién menos ya trabaja y hasta tiene hijos. ¡Que Lola ya es bisabuela! Lo más inquietante es cuando habla de su nieto pequeño. Saben que se trata de él porque siempre habla de Oscar. Pero cada día cuenta algo distinto y, a veces, hasta contradictorio.

La historia siempre parece la misma pero Lola introduce variaciones, quizá una travesura de la memoria, quizá un órdago a la prisa blanca. Según Lola, Oscar aún trata de parirse hacia el mundo laboral, ese útero cerrado a la savia nueva, ese útero yermo para muchos por la lujuria avariciosa de unos pocos.

A ella le angustia que Oscar no trabaje, porque Oscar es su mismo ser. Ella es raíces, su hijo es tronco y Oscar es rama, una rama que llegará lejos, que tal vez termine siendo esqueje como ella lo fue echando raíces en Lleida.

La burricie de las enfermeras interrumpe sus cavilaciones para llevarla al baño. El frío de la taza la despierta. Que la lejía se haya comido cualquier otro olor casi la subleva.  Cosas modernas. Cosas que cuesta nombrar. Por ejemplo, la carrera y los estudios de Oscar y de muchos otros de sus nietos. El progreso es que la abuela no pueda entender la ocupación de sus nietos.

El pentagrama de las rendijas de la persiana a la hora de la siesta se convierte en los renglones de la enésima historia de Oscar. Jamás ha entendido qué fabrica su benjamín, ni si se vende en algún lugar. Pero, ¿qué más da si puede inventarlo? Además, con lo listo que es su nieto, podría haber estudiado cualquiera de las carreras que ella imagina para él.

Mientras paladea el sabor falso de unas galletas sin azúcar que se convierten en grava en su boca seca, tose de alegría. El corazón es un pajarillo loco en la jaula de sus costillas… Ha venido su nieto a verle con doscientas once carreras a cuestas. Parece que el chico encaja con todas para que la realidad de su cabeza se le antoje completamente cierta.

Oscar trata de explicarle su profesión. Pero Lola lo habrá olvidado a los cinco minutos. Las palabras modernas son arcilla amorfa que Lola no comprende y moldea a su manera. En su mente cuaja una nueva historia… La única profesión de Oscar es pedir trabajo. ¿Cómo estará pidiendo trabajo ahí ahora, ahí fuera, en ese mundo tan rápido?

*Si no hubiera fallecido el año pasado, hoy este gigante de las letras españolas cumpliría 97 años. Sus palabras son todo un ejemplo de vitalidad aún al final de la existencia porque nos muestran sin tabús rincones ocultos de la sexualidad y el género, siempre desde la elegancia. Una de sus temas predilectos es la vejez y la asunción serena de la muerte. Un pretexto genial para rendir una especie de homenaje póstumo a mi abuela Lola.

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