¿Cómo y por qué?

Esto es una campaña autopromocional que me ha servido para encontrar trabajo como redactor creativo en una agencia de publicidad. Quiero dedicar los próximos años de mi vida a pensar y escribir cualquier forma de comunicación para mover conciencias, cambiar actitudes y ayudar a mis clientes a conseguir sus objetivos.

El redactor creativo convive con muchos otros profesionales y parece que hoy en día su papel se diluye en la espectacularidad de la imagen y la tecnología. Y si a eso le sumamos que cualquiera puede escribir, aunque no todo el mundo sepa, parece que hace falta reivindicar el papel del redactor creativo.

Al fin y al cabo, es quién adaptará el lenguaje a tu público y el que buscará las palabras justas para decir lo que necesitas decir. Eso algo muy relevante en comunicación y aunque no lo parezca, es fundamental en una sociedad saturada de mensajes. Es un trabajo artesano y que requiere paciencia y ganas de reinventarse constantemente.

Para demostrar la valía de los redactores creativos y venderme a mí como tal, me he propuesto llevar al extremo una de las cualidades que debería tener un buen redactor: la capacidad de adaptación. Y para ello me valgo de algo que existe en la literatura: los ejercicios de estilo, un género que consiste en decir lo mismo de forma distinta, usando otras palabras, con una traba concreta, usando una jerga, imitando algo o a alguien o con limitaciones formales, etc. Y en publicidad existe el tono: ser capaz de decir lo que sea a quien sea en cualquier circunstancia, adoptando su lenguaje para que sepa que te diriges a él y que comprenda lo que le dices más allá del mensaje.

Así que voy a escribir 365 veces mi carta de motivación para pedir trabajo, una cada día durante un año. Decidí que fueran 365 veces porque un año me parecía un tiempo límite para estar en paro, tanto a nivel personal, como por lo que significa para el sector, para la economía y para el país. Y porque el libro en el que he leído más ejercicios de estilo contiene ni más ni menos que 122 (Xocolata desfeta de Joan-Lluís Lluís). 365 es el triple menos uno y me parece una cifra bonita.

Allá voy.