Y claro, yo no tengo trabajo, ¿qué va a ser de mí? La puerta de la agencia se cerrará tras de mí con un golpe seco y diré… Oscar Arenas Larios, para servirlo a usted. Estoy espeluznado: hay cola para trabajar gratis, ¿quién va a querer a un redactor que necesita cobrar? Escribir lo puede hacer todo el mundo, no todo el mundo lo hará bien, pero todo el mundo sabe de letra hoy en día, y parece que a la que uno sea un poco espabilado puede llevarse un rinconcito de un escritorio con una Olivetti manchada de ceniza. Que no importa que te licencies, que estudies un máster, puede que no importe ni que te pongas esos tacones rojos que ya no te pones porque hacen ruido al andar y los hombres te miran. Pero, ¿y si mandara una carta para pedir trabajo cada día? Por supuesto, no sería la misma, eso sería hacerse pesado. La esencia sutil de las hojas secas de los plataneros de la plaza. Todas son hojas y todas pertenecen al mismo sitio, pero ninguna es idéntica. Del cuartucho con vistas a un patio de luces escuchimichado no hay demasiadas avenidas ni están demasiado llenas de hojas. Pero no puedo evitar oír su crujir, bajo mis pasos derrotados, incluso en abril cuando los árboles reverdecen. ¿Cuántas hojas tienen que pisar uno para llegar a su destino? ¿Cuántas hojas hay que escribir para terminar, por fin, el libro? ¿Cien? ¿Doscientas ochenta y dos? ¿Trescientas sesenta y cinco? Aloma insiste, abrazando sus rodillas enclenques, que creyendo en mí mismo todo es posible. Su rostro febril me ruboriza. Ella puede volar de flor en flor y probar las mieles de la novedad a diario, si quiere, porque es de buena familia. Tan buena, que yo vivo de sus letras: de los libros que me presta y de los cheques que me extiende ella bajo mano. Seguro que será mediante su familia que lograré una entrevista, porque nadie se va a fijar en el tipo cabizbajo que patea hojas secas por la calle con un cuaderno abultado bajo el brazo. ¿Y una vez allí, qué? Mire, este es mi portafolio. Muchas gracias, ya le llamaremos. Pero, ¿y si siguieran pensando en mí? ¿Y si pudieran sugerirme cómo debería ser mi próxima carta-hoja? El corazón me late más deprisa. Se lo cuento a Aloma. Ella se encoje de hombros en ese cuerpecito y mira por el ventanal, hacia la plaza y más allá, dónde empieza la calle de les Camèlies.
*Hoy hace 21 años que murió Mercè Rodoreda, una de las mayores escritoras de la literatura catalana. Maestra del cuento y de la novela psicológica, retrata sus protagonistas como nadie con su característico estilo.