Apreciado Paro,
Me encantaría poder sentarme contigo, tomarnos un café y discutir esto como dos personas mayores y no como dos adolescentes hormonados. Pero sé que no estarás a la altura de este momento, igual que nunca lo has estado para todo lo que he intentado hacer junto a ti.
He estado pensando mucho en lo nuestro últimamente. Y cuando digo mucho y últimamente, quiero que lo entiendas en su definición más amplia: llevo días escribiéndote cartas como esta sin llegar a mandártelas, siempre eran distintas pero siempre buscaban una forma de decirte lo mismo: que no me convienes. Un año es más de lo que puedo soportar. Si te parece increíble que sea capaz de escribir tanto para nada, me gustaría que supieras que mis palabras solo equivalen a una décima parte de lo que sufrido… para nada.
Yo era muy feliz antes de conocerte. Trabajaba de redactor creativo, cobrando poco y soñando mucho: cada día era un reto, pero yo estaba en lo mío. Tú me sacaste de ahí. Casi a la fuerza, sin pedírtelo. Quieres que te dedique todo mi esfuerzo y mi motivación, que sea tuyo. Pero eso no lleva a ninguna parte. ¿Qué has hecho tu por mí? ¿Caer mal a mis padres? ¿No ayudarme en nada a final de mes? ¿Menospreciar mi book y mis proyectos?
Es cierto que mientras estudiaba la carrera o el máster, e incluso mientras trabajaba, llegué a desearte con locura. A veces eras la salida fácil, la que siempre está ahí, el atractivo de la mala vida… Pero la posibilidad de que muchos me consideraran una víctima tuya me hacía recapacitar. Habías roto el corazón y la vida a muchos jóvenes (parece que te gustan así, maldito pervertido) y yo no quería ser el siguiente. Mal de muchos consuelo de tontos; consuelo para animales que tropiezan seis millones de veces con la misma piedra.
Ni siquiera has sido capaz de serme fiel: sé que tu fétido aliento me perseguirá igual que sigues a todas tus nuevas conquistas y no sé si tendré la suficiente fuerza para evitar caer en tus brazos de nuevo. Pero te aseguro que hoy no queda nada entre tú y yo. Quizá no deberíamos haber empezado, quizá debería haberte dicho que no más a menudo, quizá no debería haber hecho siempre lo que tú querías. Creo que ha llegado el momento de ser libre de nuevo y volver obedecer las órdenes que merecen ser obedecidas.
Hasta siempre,
Oscar Arenas Larios