Pastiche, Propuestas, Sin categoría

17- Quim Monzó

Aunque su mismo nombre encierre una pequeña travesura ortográfica, él quiere ganarse la vida escribiendo bien. El tipo se llama Oscar (sí, sin tilde) y es uno de esos estudiantes de provincias en Barcelona que decidió dedicarse a la publicidad (signifique lo que signifique eso hoy en día).

Después de trabajar durante algo más de un año como redactor creativo o copywriter o copy, como dirían los partidarios de los anglicismos; se quedó sin empleo y comenzó el proceso para encontrar otro. Al poco de empezar su búsqueda, ¡click!, tuvo una idea, así, cómo los creativos a los que nos remiten las películas y las series. En el fondo, él, con su formación ecléctica, con sus gafas de pasta y sus camisetas de cachondeo tampoco escapa de los tópicos.

Como era de esperar (en su máster le contaron que las propuestas revolucionarias siempre se enfrentan a ciertas reticencias) su idea causó algo de revuelo en casa. Su madre suspiró y lo miró con languidez. Su padre enseguida manifestó su indignación porque su hijo no debería estar haciendo algo así de no ser por la crisis. Una vez serenados los ánimos y dadas las explicaciones pertinentes, hoy Oscar está escribiendo. Su idea consiste en escribir cada día su carta de presentación de una forma distinta sin dejar de decir lo mismo. Está convencido que un buen copy debería poder hacerlo.

Contando esta, ya lleva 17 y sin duda deberá enfrentarse al resto con metodismo y disciplina. Es fácil pensar que una historia así se cuenta en pasado desde un case study porque ya ha tenido éxito. Jamás vemos el proceso en toda su magnitud. Sin embargo, lo cierto es que la história de Oscar se está conjugando en lo que la gramática anglosajona llama present continuous: ahora mismo el chaval está escribiendo. No es ni tan siquiera algo que se pueda calificar de romántico: escribe sin camiseta junto a un tropicano para soportar la canícula. Parece que una estampa tan ibérica jamás podría corresponderse con el mundo de mensajes inspiradores montados sobre planos desenfocados que nos vende la publicidad. Y sin embargo ahí están las cartas, sucediéndose diáriamente, fruto del tic-tic-tic insistente del teclado de su LG. El tic-tic-tic se detiene.

Sabe que es joven y que quizá está malbaratando su iniciativa en un compromiso de elevadísima exigencia y con resultados que alguien podría calificar de soberanamente inútiles. Sus consideraciones reparan en que aún es pronto y puede que plantarse en las 17 cartas sea  relativamente digno comparado con lo que sería retirarse, pongamos por caso, en las 177, admitiendo haber quedado como un botarate. Se levanta, se tumba en su canapé y empieza a sospesar distintas consideraciones.

Él quiere experimentar. En el fondo está motivado con su proyecto, pero no puede evitar dudar de su utilidad ya que por ejemplo, es muy raro que alguien en publicidad tenga que escribir jamás una carta sin la letra e. Él puede hacerlo. Pero, ¿sirve para algún fin superior? Sirva o no, eso no lo altera: está haciendo algo. Eso le consuela. Él no es como todos esos Ni-Ni que dan por saco debajo de su balcón durante las noches de verano. Pero a la vez se responde: si quisiera serlo, el momento es ahora. Cuando alcance la edad adulta de verdad (pareja, trabajo, impuestos, hipoteca), ya no existirá esa posibilidad si no es seguida de dolorosos fracasos en su carrera y en sus relaciones.

Reconoce ante sí mismo que no sería capaz de contarle a un director creativo porque sigue escribiendo. Si su próxima entrevista llega a una cierta profundidad, él soltará la parrafada inspiradora aunque duda de que algún día llegue a creerse sus propias palabras, si algún día llegará a creer en la campaña más larga de todas cuántas ha llevado a cabo.

Sin embargo, al final lo que importa es si será capaz, no solo de convencer a alguien, de hacerle tilín, sino de de someterse a la disciplina ajena. Seguramente en esa entrevista, terminará desviando la atención y dirá, para demostrarlo, que acepta propuestas de estilos para sus cartas de presentación para seguir rizando el rizo y para inscribir su proyecto en algo más social.

Es consciente que no tiene porqué encontrar trabajo. Pero él intuye que ese no es su objetivo, con una tasa de paro juvenil que supera el 50%: al final, lo fácil, llegado el momento, es escribir sin mirar para atrás. Simplemente, porque mientras escribe, aunque lo haga absolutamente estático (exceptuando las ondas aleatórias de sus falanges), siente que no está en paro y da gracias por hacer algo que, al final, no requiera dar demasiadas expliciones.

(otra propuesta de Bàrbara Nicolau)

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