El lazo de vaquero que debes lanzarme para que gire mi cuello hace un chasquido que suena a estatuilla cinematográfica. Mientras lo blandes, te cuento que busco un suero salino que inyecte liquidez en las maltrechas venas de mi cuenta corriente. Para ello emprenderé tantos viajes distintos como sean necesarios, viajes a destinos inventados o reales, viajes en movimiento o parados, por tierra, por mar o por aire, pero siempre viajes. Porque mi vocación es moverme. Porque soy bailarín.
Danzo en el espectáculo más complejo del mundo: el del lenguaje. Claque con los signos de puntuación, fugas de interludio y solos tirando del hilo infinito de la evocación. Después de una carrerilla sobre el escenario de UAB me lancé en una pirueta ígnea, en un meteoro más en el bombardeo de estrellas fugaces de un cometa intergaláctico.
Hay quien me ve verde. Puede que lo sea. Pero soy verde brillante, no el verde de un fruto aún ácido y arisco al paladar. Verde maragda, irisado, con multitud de reflejos; un verde que puede ser cualquier color que le pidas.
Ojalá que las burbujas de nuestros espacios y nuestros tiempos colisionen pronto, como las pompas de jabón de Machado y que en ese estallido, tú veas lo que debes ver en mí. Y si no es así, recuerda que tarde o temprano caeremos al suelo, convertidos en gotas con total libertad para ser lo que ellas quieran: ¿río, lágrima, lluvia, vapor o otra burbuja?
Una propuesta de Bàrbara Nicolau