Tráeme ese bulto envuelto en trafalgar. No te trafulques, eso son mis títulos de publicidad… Eso es. Ten cuidado, pedazo de trafalgón que es mi portafolio. Hay que encontrar un empleo como sea. ¿Más qué hay aquí que sirva de algo?
Pienso escribir igual que reza un tragavemarías, pienso hacerlo como me llamo Oscar Arenas Larios. Adornaré el mismo texto con todo tipo de traeres: con el espectáculo del tragasables y con una columna trajana si es necesario. Me generará un enorme tráfago, pero no tanto como la tragicomedia de perder mi puesto bajo los tragaluces de una agencia de publicidad. La saliva se desliza tragadero abajo como el agua por un tragante. ¿Qué he hecho?
Ahora mismo mi mente es un tragavino, en ella se vierten ideas, lecturas y propuestas que sacian mi tragonía y yo replico cada día la misma carta con sutiles o con evidentes diferencias mas sin trafa alguna. Atacaré con la rapidez de un tragacete y seré flexible como la sabia del tragacanto.
Estoy arando el yermo mercado laboral con la traílla de una aleación incorruptible de motivación y ganas de experimentar. Algo pescará mi traína… por ejemplo una entrevista con ese tragahombres
No soy un traganíquel ni una tragaperras, soy un redactor creativo que necesita un sueldo. No es ninguna locura, así que dile a ese trafalmejas del director creativo que me haga una propuesta de estilo a la que adaptar esta carta.
*Cortázar afirmaba que el diccionario era un cementerio por la cantidad de palabras en desuso o de aparente artificialidad que contiene. En Rayuela, algunos personajes juegan a componer textos con las palabras más extrañas de una página determinada del diccionario. En este caso, este cementerio está hecho con las páginas 2206-2207 del Diccionario de la Real Academia Española edición de 2001.