El camarero le sirvió una cerveza con gotas doradas alrededor. Billy echó un trago. Billy pidió otra. Se terminó la primera al tiempo que le servían la segunda. Se la bebió con algo más de calma y pidió al camarero se las anotara en su cuenta.
—Me debes cincuenta y tres pavos, Billy.
—Ya lo sé, Joe. En cuanto cobre de Arenas, tú serás el primero en recibirlos. Ya sabes que eres mi proveedor preferente.
El tal Arenas era el empleador de Billy. Un parado, un mierda que se había metido en una apuesta: escribir cada día durante un año su carta para pedir trabajo con un estilo distinto. Billy había escrito para él por lo menos 77 cartas. Y por lo visto Arenas le estaba pagando con los adelantos de sus futuras ganancias y no era sencillo disponer de un dinero que aún no estaba ganado. Billy dudaba de Arenas, pero si había una cosa cierta era que las dudas no le darían de comer, pero aceptar ser el negro de un parado, quizá sí. Colgándose de la picha de Arenas, por lo menos había una ligera posibilidad de pagarle las deudas a Joe. Y si el cabrón no soltaba la pasta, siempre podía visitarle amistosamente y meter su cabeza en el inodoro.
Ser el negro de un parado es algo así como alimentarse a base de excrementos, ser el paria de los parias. Pero todo el mundo habla de la recesión y de lo difícil que está todo. Es una simple elección entre morir o ser una rata que se vuelve más fea y se llena de cicatrices a base de engañar la muerte un día más. Billy no tenía suficiente dignidad ni suficientes huevos para morir.
Pero Billy tampoco quería trabajar. Sentía asco. ¿Cómo iba Arenas a escribir una carta cada día con un mínimo de originalidad? Algunas eran suyas de verdad, él tenía una ligera idea de escribir porque trabajó como redactor publicitario y estudió técnicas de producción de ideas. Pero necesitaba a alguien como Billy para fingir que sabía escribir. Billy había leído a Chinasky. Arenas no. Billy no había estudiado en la universidad. Arenas sí. Billy se había emborrachado más de la mitad de los días de su vida. Arenas no. Billy moriría pronto. Arenas era un muerto en vida. Billy no era nadie. Arenas no era nadie sin su negro.
Billy se fue a casa, se sirvió un whisky con soda y empezó a escribir en su máquina. Una carta, cabreada. Otra carta, violenta. ¿En serio? El tic-tic-tic se detuvo de repente. Nadie creía en Arenas, ni Billy ni el mismo Arenas. La apuesta debía estar 9 a 1 por lo menos. Las ganancias del lado contrario no serían tantas, pero nadie quería perder su dinero ante ese mamarracho. ¿Y si se la pegaba? Podía ganar el mismo dinero que le pagaba Arenas por trabajar pero sin trabajar. ¿Cuanto pagarían sus rivales para ganar la apuesta?
Solo tenía que hacer llegar una carta explicando la idea a alguno de los amigotes de Arenas que se reunían en el bar de Joe. Quizá ese mismo tipo le haría una propuesta sobre cómo hacerlo o qué carta escribir para que no fuera suficientemente diferente a las anteriores y así destapar el pastel. Así lo haría. Vació el whisky con soda. Se sirvió un vodka-7 con los resquicios de una botella. Anotó vodka en un papel, lo clavó en el corcho y se fue a dormir.
Una propuesta de Marc Cartanyà.
*Charles Bukowksi (1920-1994). Quizá uno de los máximos exponentes del realismo sucio norteamericano. Escatológico, etílico y nihilista. Ideal para historias de gente sin trabajo.