Hola, ¿tienes un cigarrito?
¿Tienes fuego? Vaya, estás leyendo lo del chico que se suicidó, ese del que todo el mundo habla. Yo le conocía. Me lo tiré. Se llamaba Oscar Arenas Larios. Trabajaba en publicidad. Escribía, creo. No sé qué hacia en esa sesión de fotos de lencería si su trabajo no no tenía mucho que ver co la imagen. Decía cosas como atracción irremediable, que si el vórtice de un remolino… Ese tipo de cosas que diría un poeta, aunque él no lo era.
Tenia un proyecto bastante curioso. Escribía cartas para pedir trabajo. Empezó a hacerlo cuando perdió el suyo después de pasar tres noches seguidas buscándome por los bares. Me iba dejando mensajes en mi buzón de voz y me lo contaba. Realmente creí que se iba a matar entonces.
Cuando lo conocí, él acababa de licenciarse y se le veía tan joven… Empezó a estudiar el máster en que yo había pensado matricularme, aunque al final me fui de viaje con un tipo que conocí en la Costa Azul. Lo mismo esperaba que un día apareciera por la puerta del aula, tarde, cómo cualquier estrella, inventando cualquier excusa sobre haber olvidado el inicio de las clases.
Realmente, no habría apostado nada por él. Pero se puso a escribir en serio para encontrar un nuevo empleo. Primero diez cartas, luego veinte… Sin parar y a diario. Incluso había gente que le daba ideas. A mí me no me las pidió jamás. Puede que esperara que, en lo que él llamaba «uno de de mis caprichos» terminara dándole una. Creo que no me comprendió jamás. Hace unas semanas me llamó y luego empezó a mandarme cartas solo a mí. Creo que usaba el mismo sistema: cada día me decía lo mismo pero con una vuelta de tuerca, cada día sumergiéndose más en ese río helado en el que se ahogó. Todo eso es una teoría, claro. Porque no leí esas cartas.
Tengo que decir que, aunque yo ya lo había olvidado, ahora ha conseguido que, de vez en cuando, me acuerde de él.
Otra propuesta de Adrià Sánchez