¡Con lo que llegó a significar mi nombre!
Mencionar a Oscar Arenas Larios en las tertulias del Círculo Ecuestre era levantar cejas y desencadenar susurros. Ahora, con mi fortuna embargada y mi destino marcado, referirse a mí solo debe provocar suspiros… en el mejor de los casos.
A diferencia de toda esa corte de suspiradores, yo sí sé lo que es merecerme mi fortuna. Trabajé de lo lindo para conseguirla. De hecho, participé durante más de un año en el glorioso ascenso de una agencia multinacional, en la multiplicación de sus dividendos, en la gestión de su talento…
Sin embargo una serie de decisiones injustas y algunos disparates de los que se me responsabilizó consideraron que mi juventud me incapacitaba para ser accionista y caí en desgracia. Ya no había crédito para mis proyectos. Primero tuve que hipotecar la casa de Saint-Tropez y luego venderlo. Las necesidades de liquidez se multiplicaban y pronto el chalé de Baqueira corrió un destino similar. Lo peor fue el Palacete en la costa Dorada, aunque todo el mundo cree que me sentó peor deshacerme del Maseratti. ¿Pero, para qué quiere uno un Masseratti si ya no puedo ir a la masia del Empordà?
Ahora, a modo de protesta simbólica (porque salir a la calle con una pancarta o acampar me parece sumamente vulgar) estoy escribiendo la misma carta reivindicando mi reputación día tras día. Pretendo demostrar que mi motivación, mi disposición y mi ambición no merecen el trato injusto que he recibido por parte de la sociedad. Y, por supuesto, es una especie de provocación porque aún no me han podido embargar la biblioteca familiar en Sant Cugat.
No soy un inepto en absoluto y argumentos sobran para demostrarlo. Empezando por mi licenciatura en publicidad y terminando por mi portafolio de inversores, pasando por mi máster… Podría estar horas enumerándolos. Pero creo que mis detractores se desacreditan solos.
Estoy dispuesto a conceder entrevistas y a escuchar propuestas para entrar en un nuevo consejo de administración o ser el gestor de un fondo de inversión. Hay que cobrar dividendos como sea. Mientras tanto, escribiré. Que a pesar de llevar tiempo dictando cartas a mi secretaria ahora he descubierto que escribirlas yo tampoco se me da tan mal. Hasta podría trabajar de eso. Aunque ser asalariado es rebajarme. ¡Con lo que yo he sido!
Una propuesta de Sonia del Olmo