Muy a menudo, hermanos, permanecemos con los ojos y el alma cerrados al sufrimiento del prójimo. El mundo que nos rodea es frenético y eso hace que no estemos siempre prestos a cumplir la palabra del Señor en todas sus formas posibles.
¿Cuántas veces tiene que suceder algo delante nuestro para que nos demos cuenta de que hay almas sufriendo? ¿Una, dos, ciento catorce? Estos tiempos que corren son duros para todos, también para nosotros. Pero lo son más para el joven que lucha por propagar sus buenos actos. Ese joven que cree en Dios y en sí mismo, pero que no encuentra a nadie que crea en él. Algunos ya sabéis, hermanos, lo duro que es caminar solos y lo fácil que puede ser para esa buena persona terminar hundiéndose en la desesperación creyéndose que nadie le apoya. Lo más duro, es cuando eso le sucede a un buen cristiano, a alguien que ha leído la Bíblia, alguien que ha dedicado más de un año de su vida a trabajar para difundir la buena nueva del Señor.
Por eso, el sermón de hoy quiere deciros bien claro que el mejor acto de buena fe, hermanos, es ayudar al que después seguirá ayudando. Y precisamente, el joven tiene más tiempo por delante que cualquiera de nosotros para continuar nuestra labor en un futuro y así transmitir el eco del evangelio a de las generaciones futuras.
No estoy diciendo que le deis trabajo o caridad al primer joven parado que encontréis por la calle. Un solo acto de caridad no lleva a nada. Tampoco conduce a ningún lugar la bondad precipitada. Recordad la parábola del sembrador. Solo algunas semillas germinarán y darán fruto. Por eso, lo importante es hacer muchos actos distintos que beneficien a personas distintas. Así la palabra del señor hará sentir que aún hay esperanza a más corazones y que esta está en Cristo y en quiénes creen en él. Más gente entenderá que unidos en nosotros y en nuestra celebración, podemos superar cuántos obstáculos se interpongan en nuestro camino.
Estos tiempos ponen a prueba nuestra fe y nuestra voluntad de ayudarnos los unos a los otros. Para empezar a predicar con el ejemplo, literalmente, he decidido dedicar el próximo año a escribir sermones distintos, uno para cada misa que vaya realizando y en cada uno de estos sermones pediré que oremos por un parado creyente, alguien que merezca sentir que hay quien cree en su futuro igual que él o ella cree en el Señor. Estaré encantando de recibir propuestas de los feligreses o de atender ideas en los momentos de confesión.
Una propuesta de Bàrbara Nicolau.